Extracto del artículo de Jon Rappoport – 6 de enero de 2020
Ver en PDF: El escenario de terror biológico – 2020 Jon Rappaport
Aquí está el trasfondo que escribí sobre el tema: Cómo poner en escena un evento de bioterrorismo: El germen o virus es la tapadera de la destrucción química. En general, el hecho básico es que no importa de qué tipo de virus se esté hablando, ni de dónde provenga, liberarlo intencionalmente no garantiza que los resultados sean predecibles. Para nada.
Por ejemplo, personas cuyos sistemas inmunitarios estén en diferentes niveles de equilibrio van a reaccionar de manera diferente. Los perpetradores se pueden encontrar con que enferman menos del 1% de las personas expuestas. Utilizar un tóxico o sustancia química, mientras se afirma que es un virus, es ir sobre seguro.
Hablando en plata, los ‘ataques’ de gérmenes o virus no existen. Aquello que se denomina «un ataque de gérmenes o virus«, es una trola. Los perpetradores desplazan a investigadores al área afectada, quienes posteriormente afirman haber ‘aislado’ el germen causante de la enfermedad y las muertes. Es una farsa. Lo más probable es que propagasen algún químico tóxico, difícil de detectar a menos que… se lo esté buscando.
El tóxico va a tener unos efectos graves, mortales y predecibles durante una o dos semanas. Luego, a medida que se dispersa y pierde potencia, se construye la «epidemia». En algún lugar o en alguna comunidad más o menos aislada, se corre la voz de que la gente enferma de repente y muere. Se llama a los CDC y al ejército para que acordonen la zona, y pongan en cuarentena a todos los ciudadanos. Desde el principio se declara tajantemente que se trata de una epidemia o ataque de guerra biológica.
Se autoriza a los principales medios de comunicación para que se desplacen a una distancia de los alrededores. Los presentadores de noticias de la red se instalan en el lugar y hacen sus omnipresentes transmisiones «desde la escena». La atención de toda la nación, del mundo entero, queda fija en el suceso, 24 horas al día, los 7 días de la semana. Un número de personas dentro de la zona acordonada enferman y mueren. Los informes que se emiten desde la zona afirman que:
«Los heroicos médicos están tomando muestras de sangre, que está siendo analizada para encontrar el virus (o germen) causante de la epidemia«.
El Departamento de Defensa confirma una y otra vez que esto es, realmente, un ataque de guerra biológica.
Las historias de interés humano se amontonan. Esta familia ha perdido a tres miembros, aquella familia ha muerto al completo. Tragedia, horror, y la deseada reacción empática de la “comunidad mundial”. Es un culebrón, excepto que los que mueren son personas reales de carne y hueso. El cartel médico promociona el miedo al virus.
Todos los organismos en control consiguen su parte del pastel de terror. Finalmente, los médicos anuncian que han aislado el germen o virus que causa la muerte, y los investigadores se apresuran a desarrollar una vacuna (que producen en un tiempo récord). Todos deben ser vacunados en todas partes, ¡ahora!, sin elección posible. En todo el país emergen de las sombras centros de vacunación masiva. Ellos están preparados. El sistema está preparado. Todos han de ser vacunados ahora. Negarse es ser sometido a cuarentena, encarcelado, y/o multado.
En esta situación de ley marcial declarada, los héroes son los médicos y el ejército. Incluso el gobierno, y los medios de comunicación. Luego, al cabo de unas semanas, cuando la potencia del químico secreto se ha dispersado, se acabó.
Si te paras a pensarlo, este escenario es un enfoque simplista aproximado de lo que sucede todos los días, en todo el mundo, en los consultorios médicos. Los médicos recetan productos químicos (drogas) cuyos efectos son mucho más peligrosos que los supuestos gérmenes que podrían (o no) ser la causa de la enfermedad de sus pacientes. En otras palabras, ese ataque de guerra química ya se está dirigiendo a las personas de todo el mundo, todo el tiempo.
La Dra. Barbara Starfield (de la Facultad de Salud Pública John Hopkins), publicó un artículo con fecha 26 de julio del 2000 en la revista Journal of the American Medical Association, titulado: “¿Realmente la sanidad de EE.UU. es la mejor del mundo?”[1]. En el mismo dejaba constancia que anualmente, 106.000 personas en Estados Unidos son asesinadas mediante fármacos médicos aprobados por la FDA. Eso asciende a un millón de personas cada diez años.
En el contexto de una puesta en escena de «guerra biológica», supuestamente debida a un ataque terrorista, se promulgan nuevas leyes. El Estado recorta duramente las libertades básicas. Se limita el derecho a viajar, la libertad de reunión. La crítica a las autoridades se considera totalmente ilegal.
“Los ciudadanos deben cooperar. Estamos todos juntos en esto”.
El Congreso aprueba una nueva ley federal, firmada por el Presidente, que ordena el calendario de vacunas de los CDC para cada niño y adulto, sin excepciones permitidas. Todo se basa en una mentira … de la misma manera que la teoría de la enfermedad del cartel médico se basa en una mentira, porque el determinante básico de la salud o enfermedad de cada individuo es la resistencia o el equilibrio de su sistema inmunitario, no los gérmenes considerados aisladamente.
Hay personas que, decididas a hinchar los peligros de los gérmenes y virus, vocean cada «nuevo» virus como si fuera el fin de la humanidad en el planeta. Especialmente hacen sonar la alarma cuando los investigadores afirman que un virus puede haber mutado o saltado de animales a humanos.
―«¡Se acabó! ¡Estamos fritos!«
Sin embargo, si nos tomamos la molestia de revisar los casos confirmados reales de muerte en las epidemias más recientes, como el Nilo Occidental, el SARS, la gripe aviar (H5N1), la gripe porcina (H1N1) y el MERS, el número de muertes es increíblemente bajo.
Si los delincuentes políticos quisieran organizar tras bastidores, un evento confinado de “guerra biológica”, elegirían un químico, no un germen, y aprovecharían ese suceso para restringir la libertad. Piensa en ello: los investigadores, tras las puertas selladas de sus laboratorios, pueden fácilmente afirmar que han encontrado un virus que causa un brote, sin que se les pueda refutar. Casi nadie va a cuestionar su afirmación.
En 2003, por ejemplo, tal fue el caso con la tan aclamada epidemia de SARS (un fracaso), cuando 10 laboratorios de la Organización Mundial de la Salud (OMS), ocultos a la vista, en comunicación entre sí mediante un circuito cerrado, anunciaron que habían aislado a un coronavirus como culpable.
Más tarde, en Canadá, un microbiólogo de la OMS, Frank Plummer, se dejó de cautelas y confesó a los periodistas que estaban desconcertados ante el hecho de que cada vez menos pacientes con SARS «tuvieran el coronavirus«. Eso equivalía a confesar que todo el esfuerzo de investigación había sido un fracaso y una farsa, pero tras apenas uno o dos días de cobertura informativa, la prensa guardó silencio.
El SARS era una farsa sin sentido. Los pacientes diagnosticados tenían gripe estacional ordinaria, o una colección de síntomas conocidos, que podrían ser el resultado de muchas causas diferentes. Pero el esfuerzo de propaganda resultó un sorprendente éxito. Las poblaciones estaban asustadas. En la opinión pública se intensificó la necesidad de vacunas.
Esa intensificación resulta en una preparación para el “próximo” ataque tóxico…, que se atribuirá a una epidemia de virus.
Una realidad escenificada.