Os habéis equivocado de independencia

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Este blog (Somnium Dei) tiene por costumbre no meterse en política, pues ya hay mucha gente que se dedica a ello y que está en todas partes, en las redes sociales y los medios de comunicación. Es un terreno falso, movedizo y siniestro en el que reina la división y el enfrentamiento. Sin embargo, como sí tengo por misión hablar de la realidad y la conciencia, a veces me es inevitable bajar a los infiernos de este inframundo político, básicamente para despertar a los incautos y para descorrer algún tupido velo.

Manifestación de la Diada de Cataluña (Paseo de San Juan, Barcelona). Ni una sola bandera «tradicional»; sólo hay lugar para las «estrelladas».

Así pues, me referiré a la candente cuestión catalana que ahora mismo tiene en vilo a mucha gente, tanto en Cataluña como fuera de ella. Y soy bien consciente de que este artículo lo van a leer cuatro gatos, quizá tres, pero vale la pena dejar por escrito que la verdad no reside en un lado ni en otro (como nos quieren hacer creer), sino en otro lugar que no es que sea equidistante, sino que más bien está en otra esfera. Espero pues que quede claro que no defiendo ni a unos ni a otros, ya que no participo en el juego de las trincheras.

En primer lugar, como ya expuse en el artículo sobre La farsa de la democracia, debo estropear las ilusiones de mucha gente. Lo siento, pero es así. Hasta Franco hacía referéndums, que desde luego tenía muy bien atados. A la gente se le permite votar lo que ya se ha preparado y diseñado para ser votado con las opciones convenientes, nada más. El sistema está cerrado absolutamente y los mecanismos del poder corren muy por encima de lo que la gente pueda decir en la calle o en las urnas. Luego, algunos nos vienen con el imperio de la ley y otras zarandajas, que es más de lo mismo. Esto se puede hacer pero aquello no, y si quieres ir a lo tuyo y saltarte las autoridades, te espera la persecución, la amenaza, el castigo, la represión. Es lo que nos han impuesto, desde el tiempo de los reyes sumerios -nada menos- en todos los países y culturas; en todas las épocas; en todo tipo de regímenes políticos (repúblicas, monarquías, dictaduras…). La ley es la conveniencia del poderoso; no libera, esclaviza.

Por otro lado, tener un «nuevo estado» es cambiar de celda dentro de una misma prisión. Presentar una situación de independencia como algo que conducirá directamente al paraíso, la libertad, la abundancia, la justicia, etc. es simplemente una mentira y una falacia [1]. Que se lo pregunten a los países africanos que salieron de la colonización europea hace unas décadas y alcanzaron su deseada independencia. ¿Acaso la población está mejor? ¿No hay ahora más hambruna, corrupción, miseria, enfermedad? Por no hablar de las múltiples y sangrientas guerras locales… Y entretanto las grandes potencias han seguido mandando allí gracias a la influencia de su enorme poder económico y financiero.

Hay que asumirlo. Los estados o las instituciones no nos pertenecen. Los ciudadanos de España, los de Paraguay, los de Egipto o los de China Popular (parafraseando al bueno de Carod-Rovira) no son «independientes». Si Cataluña se independiza, el estado catalán servirá a sus amos, no a las personas. Los estados son meras sucursales de un poder global político-económico que existe desde hace milenios y que vive de la separación e individualismo de los pueblos. Fronteras, leyes, constituciones, policías, ejércitos, himnos, banderas, etc.: todo esto es puro teatro. No manda Trump en EEUU, no manda Putin en Rusia, no manda Merkel en Alemania, no manda Rajoy en España… ni mandará, en su caso, Puigdemont en Cataluña. Ellos sólo son figurantes que obedecen las órdenes de sus superiores. Es así; la democracia, entendida literalmente como «poder del pueblo» nunca ha existido, y en cuanto a nuestros supuestos representantes, sólo representan a sus amos. Cuando votamos, ratificamos la validez de nuestra prisión.

Que sepan todos, sin ningún género de duda, que el camino hacia la independencia catalana no lo han creado los catalanes. Ni el gobierno catalán, ni las instituciones de la sociedad civil, ni los partidos políticos, ni los diputados [2]. Eso es lo que nos han querido hacer creer, pero no es más que conducir un rebaño al lugar deseado, así de simple. Se trata de una operación de control mental masivo bien medida y calculada y llevada a cabo con su tempo, sus argumentos, sus controversias, sus injurias, sus falacias, etc. Es la clásica historia de buenos y malos, de explotadores y víctimas, que se va escribiendo y reescribiendo a gusto del guionista de la película, en todas las épocas y rincones del planeta.

Monument a Rafael Casanova

Ahora nos ha tocado a nosotros. Desde el independentismo se ha hecho una larga lista de agravios absolutamente insoportables para los catalanes, algunos de reales y otros fingidos o tergiversados, pues la mentira y la manipulación siempre son necesarias. Véase sólo a modo de ejemplo la épica soberanista de la lucha de 1714 por las «libertades nacionales de Cataluña» -según oí literalmente en la televisión autonómica catalana- y la realidad del edicto de Rafael Casanova [3], con la ciudad a punto de caer ya en manos felipistas (esto es un documento histórico, lo demás es simple y llanamente propaganda política):

«Se hace saber a todos generalmente, de parte de los tres Excelentísimos Comunes, considerando el parecer de los Señores de la Junta de Gobierno, personas asociadas, nobles, ciudadanos y oficiales de guerra, que separadamente están impidiendo que los enemigos se internen en la ciudad; atendiendo que la deplorable infelicidad de esta ciudad, en la que hoy reside la libertad de todo el Principado y de toda España, está expuesta al último extremo de someterse a una entera esclavitud. […] Se hace también saber, que siendo la esclavitud cierta y forzosa, en obligación de sus cargos, explican, declaran y protestan los presentes, y dan testimonio a las generaciones venideras, de que han ejecutado las últimas exhortaciones y esfuerzos, quejándose de todos los males, ruinas y desolaciones que sobrevengan a nuestra común y afligida Patria, y exterminio todos los honores y privilegios, quedando esclavos con los demás españoles engañados y todos en esclavitud del dominio francés; pero aun así se confía, que todos como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados, a fin de derramar gloriosamente su sangre y su vida por su Rey [Carlos de Austria], por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España. «[4]

Vaya, vaya… O sea que Cataluña no estaba luchando contra España, sino que el pueblo catalán luchaba por las libertades del Principado y de toda España frente el absolutismo francés, encarnado por los Borbones. Y como ya mencioné en otro artículo, numerosos voluntarios castellanos lucharon hombro con hombro con los barceloneses en la defensa de la ciudad sitiada. Esto no es exactamente lo que nos transmite la objetiva historia soberanista… Pero la realidad es que unos y otros, en cada bando, fueron engañados y llevados al trágico enfrentamiento. A unos se les dijo que la legalidad era el Borbón y a los otros que la legalidad era el archiduque de Austria. Esto bastó para mantener una larga guerra civil entre los reinos españoles, aparte de la guerra internacional.

Volviendo al presente, en esta farsa la colaboración cómplice de la otra parte es inestimable, pues ambas deben hacer el juego a la otra y favorecer la retroalimentación de las posturas extremas. Así pues, el «centralismo» o «españolismo» trabaja de lleno para el «catalanismo» o «independentismo» y viceversa, con lo que se consigue que se mantenga o crezca la espiral de separación y enfrentamiento, que es lo que en definitiva se desea desde arriba. Así, a la acción de unos le sigue la reacción de los otros y se entra en la justificación recíproca de la escalada del conflicto. Por un lado surge la rebelión (ejercida desde la unilateralidad y la «desobediencia civil») y por otro, la represión (ejercida mediante jueces, leyes, dictados, órdenes, policía, etc.). Esto es lo que puede descolocar más de uno, pero es como ha funcionado siempre: la creación de dos bandos bien opuestos, pero que obedecen las órdenes del mismo poder único. En este sentido, ya se podrán figurar que los partidos políticos españoles y catalanes siguen el guión que se les ha escrito -del cual no se pueden desmarcar- que luego transmiten con gran elocuencia, sinceridad y aplomo a sus respectivos acólitos y creyentes.

Ahora bien, no me pregunten por qué se ha montado esta maniobra aquí y ahora, aunque es obvio que ha habido otros precedentes en Cataluña en que se ha soliviantado al pueblo catalán con apelaciones a la libertad, a la justicia, en la Casa Real (una u otra), a los Fueros, a los derechos, a la tradición, a la democracia, en la república o a otros motivos. Sólo para hacer un breve historial, nos podríamos retrotraer a la guerra civil catalana del siglo XV, la Guerra del Segadors (1640), la Guerra de Sucesión (1701-1714), las guerras carlistas del siglo XIX o finalmente la 2ª República y la guerra Civil (1931-1939). En todos estos episodios se dieron muchas desgracias y se vertió mucha sangre… pero la propia historia nos revela que la paz y la prosperidad en Cataluña no estuvieron ligadas a uno u otro régimen en particular y que incluso con «férreos centralismos» Cataluña gozó de etapas históricas de gran bienestar social y crecimiento económico, cultural, etc. En efecto, las cosas no cambiaron sustancialmente tras los conflictos, porque así ha ocurrido en todas partes a lo largo de los tiempos. Mejor dicho, a veces todo cambia (en apariencia) para que todo siga igual. En todo caso, como reconocía el presidente americano Roosevelt, cuando algo ocurre en la sociedad no es por casualidad; detrás hay un plan prefijado y una intencionalidad. Veremos dónde nos quieren llevar.

Sea como fuere, el destino final de esta situación («independencia» o no) no está en manos ni del pueblo catalán, ni del pueblo español, ni de sus respectivos dirigentes políticos, ni del Tribunal Constitucional, ni de la Unión Europea ni de cualquier organismo internacional. Está en las manos de quienes realmente dominan el mundo, pues no es que ellos escriban la historia, es que ellos «hacen» la historia, y nosotros somos meros extras o espectadores en una farsa en la que no tenemos arte ni parte. Rectifico: en la que siempre somos las víctimas.

Y acabo dirigiéndome a mis queridos paisanos catalanes y muy en particular a los soberanistas para reconocerles que, en efecto, los catalanes no son españoles. Cierto; ni catalanes tampoco. Ni los españoles son españoles. No tratéis de comprender esto con la mente, nunca lo entenderíais. Utilizad la conciencia, no el «pensamiento racional»; todo lo que lleváis en el cerebro ya lo podéis enviar directamente a la basura. Lamento deciros que os habéis equivocado de independencia. La verdadera independencia, no ese engendro socio-político-económico materialista que nos han puesto delante de las narices, es algo bien distinto. Es una independencia que permitiría liberarnos a todas las personas de cualquier país de nuestra falsa identidad y de las cadenas que nos impone la élite global depredadora, egoica y desquiciada.

En fin, es una ardua labor. No es nada fácil ni cómoda. Pero es el camino a recorrer, y con un poco de suerte estará a la vuelta de la esquina. Y cuando completemos ese camino, ellos dejarán de tener el poder. Y no necesitaremos más prisiones, llámense estados, fronteras, leyes, constituciones, idiomas, costumbres, etc. Tarde o temprano tendremos que ver que las individualidades y particularidades, personales o comunitarias, no existen realmente; sólo forman parte de la ilusión en la que estamos inmersos. En verdad, la auténtica independencia es dependencia. ¿De qué? Lo siento, no les haré yo todo el trabajo…

© Xavier Bartlett 2017

Fuente imágenes: Wikimedia Commons

[1] Al respecto, he visto algunos argumentos pro-independentistas absolutamente tendenciosos y falaces, con datos sin explicar ni razonar que presentan el paraíso frente a la opresión española. Algunos son hasta casi infantiles como un eslogan que dice: «¿Quieres pertenecer a un estado o ser tú uno (un estado)?» Como si en la Cataluña independiente cada persona se convirtiera en estado soberano; se supone que habría un estado -con su legalidad- a la cual se someterían todos los catalanes. Y como es obvio, tener a un gobernante que hable nuestra lengua, que tenga nuestra cultura y que viva cerca de nosotros no nos garantiza ni libertad ni abundancia. Dejo ya aparte algunas maniobras rastreras como organizar «congresos históricos» como el famoso «España contra Cataluña», en el cual no se trataba precisamente de explicar los hechos desde todas las perspectivas o de tender puentes de diálogo.

[2] En todo caso, estos elementos funcionan como meras correas de transmisión totalmente manipuladas y dirigidas discretamente por el poder global, al que no le faltan delegados y sicarios en todas partes. Ya en una conferencia celebrada en Barcelona en 2013 el autor e investigador ruso Daniel Estulin puso de manifiesto que el movimiento independentista había sido promovido por el Club Bilderberg.

[3] Rafael Casanova (sin el «de»), Conseller en cap, no murió en la defensa de Barcelona, ​​sino que sobrevivió a la guerra, fue indultado por el rey Felipe V y volvió a trabajar como abogado. Murió en Sant Boi del Llobregat en 1.743.

[4] Extracto del Bando emitido en Barcelona a las 3 de la tarde del día 11 de septiembre de 1714.

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