Por Laura Jimeno Muñoz
De Discovery Salud n.º 215
“La Mafia Médica” es el título del libro que le costó a la doctora Ghislaine Lanctot su expulsión del Colegio de Médicos, y la retirada de su licencia para ejercer la medicina. Se trata probablemente de la denuncia publicada más completa, integral, explícita y clara del papel que juega a nivel mundial el complejo formado por el sistema sanitario y la industria farmacéutica.
El libro expone, por una parte, la errónea concepción de «la salud y la enfermedad» que tiene la sociedad occidental moderna, fomentada por esta mafia médica que ha monopolizado la salud pública creando el más lucrativo de los negocios. Además de tratar sobre la verdadera naturaleza de las llamadas «enfermedades», explica cómo las grandes empresas farmacéuticas controlan no sólo la investigación, sino también la docencia médica, cómo se ha creado un sistema sanitario que cronifica «enfermedades» y mantiene a los ciudadanos ignorantes y dependientes de él. El libro es pura artillería pesada contra todos los miedos y mentiras que destrozan nuestra salud y nuestra capacidad de autorregulación natural, volviéndonos manipulables y completamente dependientes del sistema.
La autora de La Mafia Médica acabó sus estudios de Medicina en 1967, una época en la que (como ella misma confiesa) estaba convencida de que la Medicina era extraordinaria, y de que antes del final del siglo XX se tendría lo necesario para «curar cualquier enfermedad». Sólo que esa primera ilusión fue apagándose hasta extinguirse.
– ¿Por qué esa decepción?
Porque empecé a ver muchas cosas que me hicieron reflexionar, por ejemplo, que no todas las personas respondían a los maravillosos tratamientos de la medicina oficial. Además, en aquella época entré en contacto con varios «terapeutas suaves», practicantes de terapias no agresivas (en francés Médecine Douce) que no tuvieron reparo alguno en abrirme sus consultas y dejarme ver lo que hacían. Llegué pronto a la conclusión de que las medicinas no agresivas son más eficaces, más baratas y, encima, tienen menores efectos secundarios.
– Supongo que empezó a preguntarse: ¿por qué en la Facultad nadie le había hablado de esas terapias alternativas no agresivas?
Así es. Luego mi mente fue más allá y empecé a cuestionarme: ¿cómo era posible que se tratara de charlatanes a personas a las que yo misma había visto curar? y ¿por qué se las perseguía como si fueran brujos o delincuentes? Por otra parte, como médico había participado en muchos congresos internacionales (en algunos como ponente), y me di cuenta de que todas las presentaciones y ponencias que aparecen en tales eventos están controladas y requieren obligatoriamente ser primero aceptadas por el «comité científico» organizador del congreso. ¿Quién designa a ese comité científico? Pues generalmente quien financia el evento: la industria farmacéutica. ¡Sí, hoy son las multinacionales las que deciden hasta qué se enseña a los futuros médicos en las facultades y qué se publica y expone en los congresos de medicina! El control es absoluto.
– Eso fue clarificador para usted…
Si, darme cuenta del control y de la manipulación a la que están sometidos los médicos y los futuros médicos, los estudiantes, me hizo entender claramente que la Medicina es, ante todo, un negocio. La Medicina está hoy controlada por los seguros, públicos o privados, da igual, porque en cuanto alguien tiene un seguro pierde el control sobre el tipo de medicina a la que accede. Ya no puede elegir. Es más, los seguros determinan incluso el precio de cada tratamiento y las terapias que se van a practicar. Si miramos detrás de las compañías de seguros o de la seguridad social… encontramos lo mismo.
– El poder económico.
Exacto, es el dinero quien controla totalmente la Medicina. Lo único que de verdad interesa a quienes manejan este negocio es ganar dinero. ¿Cómo ganar más? Pues haciendo que la gente esté «enferma» porque las personas sanas no generan ingresos. La estrategia consiste, en suma, en tener enfermos crónicos que tengan que consumir todo tipo de productos paliativos, para tratar sólo síntomas; medicamentos para aliviar el dolor, bajar la fiebre, disminuir la inflamación… Nunca fármacos que puedan resolver una dolencia. Eso no es rentable, no interesa. La medicina actual está concebida para que la gente permanezca «enferma» el mayor tiempo posible y compre fármacos; si es posible, toda la vida.
– Infiero que ésa es la razón de que en su libro se refiera al sistema sanitario como «sistema de enfermedad».
Efectivamente. El llamado sistema sanitario es en realidad un sistema de «enfermedad». Una medicina que sólo reconoce la existencia del cuerpo físico, y no tiene en cuenta ni el espíritu, ni la mente, ni las emociones. Que además trata sólo el síntoma y no la causa del problema. Se trata de un sistema que te mantiene enfermo, al que se estimula para que consumas fármacos de todo tipo.
– Se supone que el sistema sanitario está al servicio de las personas.
Está al servicio de quien le saca provecho: la industria farmacéutica. De manera oficial (puramente ilusoria) el sistema está al servicio de las personas, pero, oficiosamente, en la realidad, el sistema está a las órdenes de la industria, que es la que mueve los hilos y mantiene el sistema en su propio beneficio. Se trata, en suma, de una auténtica mafia médica, de un sistema que crea «enfermedades» y mata por dinero y por poder.
– ¿Qué papel juega el médico en esa mafia?
El médico es, muchas veces de forma inconsciente, la correa de transmisión de la gran industria. Durante los 5 a 10 años que pasa en la Facultad de Medicina el sistema se encarga de inculcarle unos determinados conocimientos, y de cerrarle los ojos a otras posibilidades. Posteriormente, en los hospitales y congresos médicos, se les refuerza en la idea de que la función del médico es «curar» y salvar vidas, de que la «enfermedad» y la muerte son fracasos que debe evitar a toda costa, y de que la enseñanza recibida es la única válida. Además, se les enseña que el médico no debe implicarse emocionalmente, y que es un «dios» de la salud. De ahí que incluso exista una caza de brujas entre los propios profesionales de la medicina. La medicina oficial, la «científica», no puede permitir que existan otras formas de «curar» que no sean serviles al sistema.
– El sistema, en efecto, pretende hacer creer que la única medicina válida es la llamada «medicina científica», la que usted aprendió y de la que ha renegado. Precisamente en el mismo número en que va a aparecer su entrevista publicamos un artículo al respecto.
La medicina científica está enormemente limitada, porque se basa en la física materialista de Newton: tal efecto obedece a tal causa. Por ende, tal síntoma precede a tal «enfermedad» y requiere tal tratamiento. Se trata de una medicina que sólo reconoce lo que se ve, se toca o se mide, y niega toda conexión entre las emociones, el pensamiento, la conciencia y el estado de salud físico. Cuando se la importuna con algún problema de ese tipo te cuelga la etiqueta de «enfermedad psicosomática» y te envía a casa tras recetarte pastillas para los nervios.
– Es decir, que a su juicio, la medicina oficial sólo se ocupa de hacer desaparecer los síntomas.
Salvo en lo que a cirugía se refiere, los antibióticos, y algunas pocas cosas más, como los modernos medios de diagnóstico, sí… Da la impresión de «curar» pero no lo hace. Simplemente elimina la manifestación del problema en el cuerpo físico pero éste, tarde o temprano, resurge.
– A su juicio, dan mejor resultado las llamadas medicinas suaves o no agresivas.
Son una mejor opción, porque tratan de forma holística y ayudan. Mire, cualquiera de las llamadas medicinas alternativas constituye una buena ayuda pero son sólo eso: complementos, porque el verdadero médico es uno mismo. Cuando uno es consciente de su soberanía sobre la salud deja de necesitar terapeutas. La cuestión es que el sistema trabaja para que olvidemos nuestra condición de seres soberanos, y nos convirtamos en seres sumisos y dependientes. En nuestras manos está romper esa esclavitud.
– En su opinión, ¿por qué las autoridades políticas, médicas, mediáticas y económicas lo permiten? ¿Por qué los gobiernos no acaban con este sistema, costosísimo por otra parte?
A ese respecto tengo tres hipótesis. La primera es que quizás no saben que todo esto está pasando… pero es difícil de aceptar, porque la información está a su alcance desde hace muchos años, y en los últimos veinte años son ya varias las publicaciones que han denunciado la corrupción del sistema y la conspiración existente. La segunda hipótesis es que no pueden acabar con ello… pero también resulta difícil de creer porque los gobiernos tienen el suficiente poder.
– La tercera, supongo, es que no quieren acabar con el sistema.
Pues lo cierto es que, eliminadas las otras dos hipótesis, ésa parece la más plausible. Si un gobierno se niega a acabar con un sistema que arruina y mata a sus ciudadanos es porque forma parte de él, porque forma parte de la mafia.
– ¿Quiénes integran, a su juicio, la «mafia médica»?
A diferentes escalas, y con distintas implicaciones, por supuesto, la industria farmacéutica, las autoridades políticas, los grandes laboratorios, los hospitales, las compañías aseguradoras, las agencias del medicamento, los colegios de médicos, los propios médicos, la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Ministerio de Sanidad de la ONU y, por supuesto, el gobierno mundial en la sombra, del dinero.
– Tenemos entendido que para usted la Organización Mundial de la Salud es «la mafia de las mafias».
Así es. Esa organización está completamente controlada por el dinero. La OMS es la organización que establece, en nombre de la salud, la «política de enfermedad» en todos los países. Todo el mundo tiene que obedecer ciegamente las directrices de la OMS. No hay escapatoria. De hecho, desde 1977, con la Declaración de Alma Ata, nadie puede escapar de su control.
– ¿En qué consiste esa declaración?
Se trata de una declaración que da a la OMS los medios para establecer los criterios y normas internacionales de práctica médica. Se desposeyó así a los países de su soberanía en materia de salud para transferirla a un gobierno mundial no elegido, cuyo «ministerio de salud» es la OMS. Desde entonces «derecho a la salud» significa «derecho a la medicación». Así es como se han impuesto las vacunas y los medicamentos a toda la población del globo.
– Una labor que no se cuestiona, claro, porque, ¿quién va a osar dudar de las buenas intenciones de la Organización Mundial de la Salud?
Hay que preguntarse quién controla a su vez esa organización a través de la ONU: el poder económico.
– ¿Cree que ni siquiera las organizaciones humanitarias escapan a ese control?
Por supuesto que no. Las organizaciones humanitarias también dependen de la ONU, del dinero de las subvenciones. Por tanto, sus actividades están igualmente controladas. Organizaciones como «Médicos Sin Fronteras» creen que sirven altruistamente a la gente, pero en realidad sirven al dinero.
– Una mafia sumamente poderosa.
Omnipotente, diría yo. Ha eliminado toda competencia. Hoy día a los investigadores se les «orienta». Los disidentes son encarcelados, maniatados y reducidos al silencio. A los médicos «alternativos» se les tilda de locos, se les retira la licencia o se les encarcela también. Los productos alternativos rentables han caído igualmente en manos de las multinacionales, gracias a las normativas de la OMS y a las patentes de la Organización Mundial del Comercio.
Las autoridades y sus medios de comunicación social se ocupan de alimentar entre la población el miedo a la «enfermedad», a la vejez y a la muerte. De hecho, la obsesión por vivir más, o simplemente por sobrevivir ha hecho prosperar incluso el tráfico internacional de órganos, sangre y embriones humanos. En muchas clínicas de fertilización en realidad se «fabrican» multitud de embriones que luego se almacenan para ser utilizados en cosmética, en tratamientos rejuvenecedores, etc. Eso sin contar con que se irradian los alimentos, se modifican los genes, el agua está contaminada, el aire envenenado… Es más, los niños reciben absurdamente hasta 35 vacunas antes de ir a la escuela. Así, cada miembro de la familia tiene ya su pastillita: el padre tiene la Viagra; la madre tiene el Prozac; el niño tiene el Ritalin. Todo esto, ¿para qué? Porque el resultado es conocido: los costes sanitarios suben y suben, pero la gente sigue muriendo igual.
– Lo que usted explica del sistema sanitario imperante es una realidad que cada vez más gente empieza a conocer, pero nos han sorprendido algunas de sus afirmaciones respecto a lo que define como «las tres grandes mentiras de las autoridades políticas y sanitarias».
Pues lo reitero: las autoridades mienten cuando dicen que las vacunas nos protegen, mienten cuando dicen que el SIDA es contagioso, y mienten cuando dicen que el cáncer es un misterio.
– Usted mantiene que la mafia médica es una necesidad evolutiva de la humanidad. ¿Qué quiere decir con esa afirmación?
Verá, piense en un pez cómodamente instalado en su pecera. Mientras tiene agua y comida, todo está bien pero si le empieza a faltar el alimento y el nivel del agua desciende peligrosamente el pez decidirá saltar fuera de la pecera buscando una forma de salvarse. Bueno, pues yo entiendo que la mafia médica nos puede empujar a dar ese salto individualmente. Eso sí, habrá mucha gente que preferirá morir a saltar.
– Para dar ese salto es preciso un nivel de conciencia determinado.
Sí, creo que se está elevando mucho y muy rápidamente. La información que antes se ocultaba ahora es pública: que la medicina mata personas, que los medicamentos nos envenenan, etc. La mafia médica se desplomará como un castillo de naipes cuando un 5% de la población pierda su confianza en ella. Basta que ese porcentaje de la población mundial sea consciente, y conectado con su propia divinidad. Entonces decidirá escapar de la esclavitud a la que le tiene sometida la mafia y el sistema actual se derrumbará. Tan sencillo como eso.
– ¿En qué punto cree que estamos?
Pues no sabría cuantificarlo, pero pienso que probablemente en menos de cinco años todo el mundo se dará cuenta ya de que cuando va al médico va a un especialista de la «enfermedad» y no a un especialista de la salud. Dejar a un lado la llamada «medicina científica» y la seguridad que propone para ir a un terapeuta es ya un paso importante. También lo es perder el respeto y la obediencia ciega al médico. El gran paso es decir no a la autoridad exterior y decir sí a nuestra autoridad interior.
– ¿Qué es lo que nos impide romper con la autoridad exterior?
El miedo. Tenemos miedo a no acudir al médico, pero es el miedo, por sí mismo, quien nos puede matar. Nos morimos de miedo. Se nos olvida que la naturaleza humana es divina, concebida para comportarnos como dioses. ¿Desde cuándo los dioses tienen miedo? Cada vez que nos comportamos de manera diferente a la de un dios nos ponemos «enfermos». Esa es la realidad.
– ¿Qué cree que pueden hacer los medios de comunicación para contribuir a la elevación de la conciencia en esta materia?
Informar sin intentar convencer. Decir lo que sabéis, y dejar a la gente hacer lo que quiera con la información, porque intentar convencerles sería imponer otra verdad y de nuevo estaríamos en otra guerra. Se necesita sólo dar referencias. Basta decir las cosas. Luego, la gente las escuchará si resuenan en ellos. Si su miedo es mayor que su amor por sí mismos dirán: «eso es imposible«. En cambio, si tienen abierto el corazón, escucharán y se cuestionarán sus convicciones. Es entonces, en ese momento, cuando quieran más, cuando se les puede dar más información.